miércoles, 3 de abril de 2013

El día que te merezca (Risto Mejide)

El día que te merezca seré una persona increíble. El día que te merezca seré, de lo bueno, lo mejor. Me admirarás casi tanto como yo te admiro, me envidiarás casi tanto como yo a ti hoy. Los pajaritos se dejarán de cantar babosadas, las nubes se levantarán cachondas perdidas y las vírgenes suicidas abandonarán sus dos vocaciones de un polvazo y sin dilación. Todo eso el día que yo te merezca, todo eso el día que tú te merezcas alguien como yo.

El día que te merezca habré hecho tanto por ti como lo que tú ya has hecho por mí. Poner cara de que estás conmigo cuando nadie más lo está. Y ponerla hasta partírtela si hace falta por cualquier tontería indefendible que se me caiga de la boca. Hacer ver que tengo razón aún cuando ya hace rato que me la quitan de las manos. Nuestra relación dará por fin balance cero, pero un cero con muchos unos a su izquierda y bien relleno de aparentes sobras, como todo buen relleno.

Y es que el día que te merezca, al resto del mundo, que le den. Esta sensación de no llamarte ni oírte ni verte lo suficiente no creo que desaparezca, pero como mínimo tendré claro que a ti también te compensa.

viernes, 15 de marzo de 2013

“En un món on les respiracions són tan accelerades no està de moda anar pas a pas. Tenim pressa per assolir els nostres objectius personals i individuals, per arribar a aquelles finalitats que ens portaran a les portes de l'èxit. Mentre participem en aquesta llarga i esgotadora cursa que és la vida, no ens adonem que a la vora del camí hi creixen flors, que una mica més enllà hi ha un prat i al fons l'espessor d'un bosc on el sol ja s'amaga. Només quan alcem la vista enlluernats per l'espectacle de colors del cel, observem tot el que hem deixat enrere. I llavors ens preguntem perquè no ho havíem vist abans.”

viernes, 8 de marzo de 2013

Hagamos como que nunca...


Hola, amor, te escribo este mail desde la oficina porque no puedo esperar a verte esta noche para contarte lo que he encontrado hoy en la RAE:
amor.
(Del lat. amor, -ōris).
1. m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.

“...partiendo de su propia insuficiencia...”
¿Crees que es por eso que el mundo no sabe distinguir el amor del miedo a quedar a solas con su propia insuficiencia? ¿Es por eso que hay tanta gente que se ama y no está junta, y tanta gente que está junta sin amarse?
¿La RAE de qué va, amor? ¿Ahora tendré que cambiarte el apodo? Sabes mi manía por hablar correctamente. Si eso es amor, yo paso de llamarte así nunca más.
Yo creía que amarnos sería meterte el dedo en la nariz cuando me riñeras para quitarte el enfado. O despertarte por las mañanas haciéndote cosquillitas con un mechón de mi pelo para que me apartes de un manotazo. O mandarte un guasap para que me vayas preparando la cena mientras llego y que me contestes con el icono de la mierda con ojos. O que veas conmigo todas las películas de Miyazaki mientras piensas en tus cosas. Como yo hago con tus documentales del fondo marino.
Yo creía que amar sería más bien ser incapaz de ocultarte que hoy vi a mi ex y que me pregunté cómo me hubiera ido si nunca lo hubiera dejado. Y que tú te rieras y me dijeras que a mí no sabes, pero que a ti te hubiera ido mucho mejor si me hubiera quedado con él. Creía que amarte sería eso, reír juntos, gritarnos, besarnos, ayudarnos con las bolsas de la compra, hacernos viejos con una rutina bonita, llena de libros, conversaciones, miedos y sueños compartidos. 
Hagamos una cosa. Vamos a fingir que la RAE no existe, como aquella vez que descubrimos que habían aceptado la palabra bluyín, y sigamos con esto nuestro, que a saber lo que es y que a lo mejor no tiene ni nombre, pero que nos hace capaces de discernir colores en este mundo cada vez más gris.
Hagamos como que nunca he escrito este mail y que tú nunca lo has recibido, amor.


miércoles, 12 de diciembre de 2012

Hoy es un buen día para hacer el mundo un poco mejor


Un día, cuando era estudiante de primer curso en el instituto, vi a un niño de mi clase volviendo a casa de la escuela. Su nombre era Kyle. Parecía que llevaba todos sus libros y pensé:

“¿Por qué lleva todos sus libros a casa un viernes? Debe ser un empollón.”

(En EEUU es costumbre dejar los libros en la taquilla del instituto para no llevarlos a casa). Yo ya había planeado el fin de semana (fiestas y fútbol con mis amigos todo el día), así que me encogí de hombros y seguí mi camino.

Mientras caminaba, vi a un grupo de chicos corriendo hacia Kyle. Le empujaron y tiraron todos sus libros al suelo. Él se cayó y sus gafas salieron volando. Yo las vi caer en la hierba a unos tres metros de él. Se levantó y vi una terrible tristeza en sus ojos. Realmente, me tocó ver la escena, así que fui hacia él y mientras se arrastraba buscando sus gafas vi un arañazo en su ojo. Le acerqué sus gafas y le dije

“Esos tipos son unos idiotas. No tienen porque hacer esto”.

“¡Gracias tío!”, me dijo con una gran sonrisa en su cara, una de esas sonrisas llenas de gratitud.

Le ayudé a recoger sus libros y le pregunté dónde vivía. Resultó que era mi vecino, así que le pregunté por qué nunca le había visto antes. Él dijo que había estado en un colegio privado hasta ahora. Nunca me había juntado con alguien de un colegio privado antes. Le ayudé con los libros y estuvimos hablando durante todo el camino a casa.

Kyle resultó ser un buen chico. Le pregunté si quería jugar al fútbol el sábado conmigo y mis amigos y él aceptó. Quedamos todo el fin de semana, y cuando más conocía a Kyle, más bien me caía. A mis amigos les pasaba lo mismo.

El lunes llegó y ahí estaba Kyle con su enorme pila de libros otra vez. Le paré y le dije:

“¡Chico, te van a salir unos buenos músculos si vas con esa pila de libros cada día!”.

Se rió y me pasó la mitad.

Durante los siguientes cuatro años, Kyle y yo nos volvimos mejores amigos. Cuando crecimos y nos tocaba ir a la universidad, nuestros caminos se separaron. Kyle decidió irse a Georgetown y yo iba a ir a Duke. Sabía que siempre seríamos amigos, y que la distancia nunca sería un problema. Él quería ser médico, y yo iba gracias a una beca de fútbol.

Kyle fue el mejor de nuestra clase. Yo le tomaba el pelo todo el tiempo por ser un empollón. Él tenía que preparar el discurso de graduación. Estaba tan aliviado de no tener que ser yo el que tuviera que hablar…

El día de la graduación vi a Kyle. Estaba genial. Era uno de esos tipos que cambiaron drásticamente durante la escuela. Ya había crecido y las gafas le quedaban genial. ¡Y hasta había tenido más citas que yo! Las chicas le adoraban. Parecía un poco nervioso por el discurso, así que le di una palmadita en la espalda y le dije:

“¿Qué pasa tío?, ¡lo vas a hacer genial!”.

Me miró con una de esas miradas (las que están llenas de gratitud) y me sonrío.

“¡Gracias tío!”, me dijo.

Cuando comenzó el discurso, se aclaró la garganta y empezó:

“La graduación es un momento para agradecer a aquellos que nos han ayudado en estos años tan duros con todo lo que han hecho por nosotros. Nuestros padres, nuestros maestros, nuestros hermanos, a lo mejor un entrenador, pero sobre todo, a nuestros amigos. Estoy aquí para contaros a todos vosotros que, a veces, ser amigo de alguien es el mejor regalo que puedes hacerle. Voy a contaros una historia”.

Yo miraba a mis amigos con incredulidad mientras que él nos relataba la historia del primer día que nos conocimos. Nos contó que planeó suicidarse ese mismo fin de semana. Habló de cómo limpió su taquilla para que su madre no tuviera que hacerlo después y estaba llevando todas sus cosas a casa. Me miró fijamente y me sonrió.

“Afortunadamente, me salvaron. Mi amigo me salvó de hacer algo irremediable”.

Oí a la multitud comentando cómo ese atractivo y popular chico nos contaba a todos su momento de debilidad. Vi a su madre y a su padre mirándome y cómo sonreían, con esa misma sonrisa de gratitud. No fue hasta ese momento cuando me di cuenta de lo que había hecho.

Nunca subestimes el poder de tus acciones. Con un pequeño gesto puedes cambiar la vida de una persona por completo.

miércoles, 14 de noviembre de 2012


‎"Es aquí, pasa, puedes quitarte las medias, si quieres o si prefieres ya te las rompo yo. Del amor ni una palabra, por favor, todavía es por la mañana. Sabes a viernes, y también a nata. Ese mapa en la espalda, ¿es natural? Verás... Yo quería besarte incluso donde no me dejes. Tienes brillo de sudor en la mejilla. Ya, a mí también me encanta esa canción. ¿Podrías moverte si me tomas como ángulo principal de caricia? Me gustan las huellas que dejas en las motas de polvo que contigo se mueven. Ojalá que todas las cosas bonitas no dependan sólo de ti, pero... Voy a morderte las uñas. Tienes un nido de huracanes en el cuello. ¿Puedo cogerte un poquito de saliva? En seguida viene otra ración de orgasmos. Vamos, sube aquí arriba, que si no me voy a venir abajo. Bésame ahora y dejemos para nunca lo de siempre. ¿Ya estás volando? Contigo es que no se puede... Mira, ven, hay que ver cómo tienes los labios, ¿vas a volver a correrte? Joder, ¿eh? Cómo está el patio, y tú pensando que cada día es igual... Espera un momentito no más, tengo algo que hacer con la lengua. ¿Sabes? Entre tus piernas y mis manos nos vamos a llevar muy bien. 

Por cierto, ¿a quién tuviste que matar para lograr esa sonrisa? ¿mi vida? Cambiemos mejor de tema, yo venía a hablar de tus faldas y a vivir debajo de ellas. Tengo un puñado de trenes que podríamos coger, así que había pensado... que tú... tal vez... ¿te vienes? ¿o qué?"

martes, 6 de noviembre de 2012


El qué dirán

Hacerse mayor y/o madurar implica echar de menos cada vez con más fuerza las ventajas de ser pequeño. Muchas veces me sorprendo pensando en cómo afrontaría una u otra situación de mi vida adulta si pudiera comportarme como lo haría mi yo de cinco años.


De pequeño podías jurarle la guerra a tu peor enemigo y a los cinco minutos cambiarte a su bando sólo porque te había sonreido; sin visión de futuro y sin preocupaciones por cuál sería vuestra relación al día siguiente y sin miedo al qué dirán por posicionarte en uno u otro bando.


A veces quisiera poder entrar en la oficina por las mañanas protestando y, según qué día premenstrual, hasta llorando porque no quiero estar allí, porque ese día me siento vulnerable o con la sensación de que un meteorito aproximándose a la Tierra no es algo horrible. O simplemente porque tengo sueño y frío.

O poder entrar cantando canciones de Camela cuando el día se presente horrible sin que la gente me denuncie. (Cantar Camela te recuerda siempre que hay gente muy chunga que ha triunfado en la vida y que ¿por qué tú no, joder?).


Eso sí sería liberador y no lo que he de hacer de adulta; entrar cada día del mismo modo: abrir la puerta, decir buenos días, andar hasta mi sitio, sentarme y encender el ordenador. Todos los días igual, todos los trabajadores igual, en todos los trabajos igual... como si mis sentimientos hoy fueran los mismos que ayer, como si yo fuera la misma persona que el compañero que acaba de entrar antes que yo y acaba de hacer el mismo ritual, como si su vida se pareciera lo más mínimo a la mía. Cualquier cosa que se saliera de este comportamiento haría levantar las cabezas y murmurar a toda la planta. Y eso, yo creo, es triste.


Quisiera sentarme en mi mesa y, cuando mi jefe me saque de quicio, poder decirle muy alegremente que no me cae bien, que lo tengo que aguantar porque para eso me pagan, pero que vaya coñazo. Sin que me echen, sin que él sufra, sin que yo me sienta culpable por haber sido sincera.


Ahora lo que hago es asentir cuando habla y poner los ojos en blanco en cuanto se da la vuelta.



Quisiera ir a comprar al súper y poder tirarle de la manga a la típica abuela que se cuela en caja haciéndose la tonta y preguntarle que qué es lo que ha perdido, si la visión periférica o la vergüenza. Y sería bonito que sus sentimientos no resultaran heridos más de los cinco minutos que nos duraban cuando éramos niños.


Lo que hago ahora es morderme la lengua y hacer como que no me he dado cuenta.


Sería perfecto poder subir a casa de tu vecina y preguntarle a gritos si sus hijos se están entrenando para ser kale borrokas o si es que sólo tienen la habilidad de dar por culo a la puta perfección. Y que ella al día siguiente te sonría en el descansillo como si nada hubiera pasado.


Sin embargo hoy lo que hago es ponerme tapones para dormir la siesta mientras me llevan los demonios y sueño con infanticidios.


De pequeña, yo ya hubiera llamado al portero automático del chico que me gusta, le hubiera hecho bajar y le hubiera dicho en el mismo portal: Sé que tienes novia pero me da igual, te quiero y quiero que la cambies por mí, ¿tú qué opinas?, ¿me quieres?, ¿quieres ser mi novio?


Sin embargo ahora, en vez de presentarme en su portal, lo que hago es evitarlo e intentar no complicarle la vida, y así hasta que lo olvide y se me cure el corazón roto.



¿De qué sirve tanto esfuerzo en protocolo y tanta convención social, tanto miedo al qué dirán, si mi jefe sabe de todas formas que no lo aguanto, si tendré que aguantar a los niños de mi vecina hasta que crezcan, y si lo que siento por ese chico sigue aquí?



Siempre decimos que los niños son muy crueles, pero las cosas que he visto en los adultos jamás las vi en los niños.


Los niños son crueles porque la crueldad es inherente al ser humano, pero los adultos somos igual de crueles e incluso con la conciencia de estar siéndolo y, lo que es peor, a escondidas; por el qué dirán.



vía: Barbijaputa (que por cierto...no dejéis de visitarla, escribe textos geniales.)

lunes, 29 de octubre de 2012


En cuanto me detuve clavé la mirada al horizonte de esa calle sin fin, en ese momento estaba rodeada de miles de personas y no fui capaz ni siquiera de seguirle la mirada a nadie, tan solo miraba fijamente el final, ese abismo que separaba la realidad de lo que estaba experimentando justo en ese momento, de aquello de lo que hace meses me desprendí y por una suave brisa volvió a penetrar en mí. 

-Se trata de ti, Sí, tú! Ya me tienes de nuevo temblando como un flan, eres un auténtico dilema en mi vida, eres un pozo sin fondo, una calle sin salida, un huracán que arrasa con mi vida, la tormenta perfecta, una bala perdida hecha a mi medida-

Y puestos a sincerarse hay una cajita de recuerdos en el maletero de mi corazón que siempre está ahí, y que cada día le doy cuerda para que suenen los recuerdos, y si un día me olvido de hacerlo, ella sola se encarga de hacerlo. Una vez tú le diste cuerda a mi vida y aún sigue su curso, quizás en diferentes direcciones, pero créeme que esa cajita la programaste para que cada día pensase en ti. 

Ahora mismo estoy dentro de esa cajita y sé que volverás a entrar, se que pronto te veré y entonces, solo entonces seré capaz de ver las miles de personas que me rodean en esta calle infinita.